Con el creciente número de investigaciones que confirman los beneficios terapéuticos de los psicodélicos, estas sustancias deberían volverse cada vez más presentes en nuestra sociedad.
La cuestión, según escribió la médica Farrah Jarral en The Guardian, es cómo queremos que lleguen: “¿Surfear en una burbuja de hype, vendidos a un precio premium por gurús de bienestar sin cualificaciones? ¿O, como decidió Australia, inicialmente en un entorno clínico con marcos éticos bien establecidos y un seguimiento a largo plazo, supervisados por profesionales con el conocimiento y la experiencia para manejar resultados inesperados o adversos?”
En un artículo para el periódico británico, Jarral destacó que ya existen varios ensayos clínicos que demuestran que dos dosis de psilocibina en el entorno adecuado, junto con psicoterapia, pueden ser suficientes para presentar resultados positivos en la mejora de la depresión. “Los estudios pueden ser pequeños e imperfectos hasta ahora – hay ensayos más grandes en marcha – pero los resultados iniciales son alentadores”, señala.
A partir de julio, los pacientes que sufren de depresión resistente en Australia podrán contar con el tratamiento con psilocibina de forma legal. Se trata de la primera autorización federal para el uso de la sustancia en el mundo. Según Jarral, debemos prestar atención a cómo se desarrollará el proceso. “Introducir el uso más generalizado de los psicodélicos de manera sobria, científicamente informada y éticamente rigurosa minimiza el riesgo de repetición de la historia con una reacción contraria sofocante que podría cerrar su potencial uso en la lucha contra la crisis de salud mental”, escribió.
“Algunos pueden querer ver restricciones en las sustancias relajadas más allá de los entornos estrictamente médicos, pero como sociedad, tenemos que empezar en algún lugar”. Como recuerda la médica, quizás en un futuro próximo, sustancias como la psilocibina puedan comprarse en la farmacia, sin necesidad de receta médica, ya que no todas las enfermedades necesitan un médico. “Por ahora, sería bueno seguir los pasos de Australia: abrir la puerta de la clínica a los hongos mágicos y invitarlos educadamente a entrar”, concluye.